03 febrero, 2008

EL ESPEJO

Characters in an alley - Daussy

Se volvió, miró tras de sí en la noche, pero no vio a nadie. Había algo de irreal a su alrededor y, encogido, las manos en los bolsillos del pantalón, avivó el paso. Al andar, sólo su sombra parecía habitarle, tornadiza y fugitiva, a capricho de las farolas de aquella extraña calle. Esperaba ser abordado, arremetido por alguna inspiración; tenía ese presentimiento borbotando inquieto en su cerebro. Llegaría a algún desconocido lugar, no importaba adónde, tal vez a un barrio a medio urbanizar del extrarradio... Estaba intranquilo: Necesitaba arrancarse del alma un molesto desasosiego; de ese alma que le acuciaba el paso, reclamándole a gritos un espejo... Y tornó a volverse, expectante, temeroso de que algo repentinamente aconteciera.
Con esta sensación vagó en la oscuridad y en el tiempo, como quien circunvala una paradoja, para llegar maquinalmente a su destino, sin saber interpretar el sentido del irónico derrotero que lo había guiado, precisamente, hasta su propia casa. Pero ahí estaba, era curioso; ahí, tomando una llave equivocada, atropellándose con los dedos para abrir el portal, subiendo a pie las escaleras; ahí, escuchando el eco abandonado por cada uno de sus pasos, hasta que ganó el descansillo, franqueó la puerta del piso y fue directamente a apoyarse en la mesa de la cocina. La cazadora a un lado, tenía, sí, papel, un bolígrafo a mano y la sensación de haber tramitado desde el principio de los tiempos este tipo de situaciones en las que algo le impulsa a uno a escribir. Pero a escribir qué... Tal vez cualquier cosa; al menos cualquier cosa que no terminara en la papelera, hecha un puñado de papelitos. Eso pensaba. Se sentó, necesitado de tener un nombre, sólo un nombre, un nombre propio. Entonces garrapateó unas líneas y comenzó a sobrarle la ropa, la ropa como una onerosa carga, hasta que se la sacó de encima, permaneciendo desnudo y aturdido, vagamente ensimismado. Los pies sobre el frío azulejo, tenía fervores en la frente, y se sintió tomado por una deliberada improvisación que parecía quebrar su aliento, cuando volvió a escribir y lo hizo nueva y repetidamente para hablar de sí... Sí, sólo, siempre de sí: De cómo había estado vagando y miraba hacia atrás en la noche, sin ver a nadie. De que sólo halló su sombra, habitándole, tornadiza y fugitiva, a capricho de las farolas de una extraña calle. De que esperó ser abordado, arremetido por alguna inspiración; de que tuvo ese presentimiento borbotando inquieto y pertinaz en su cerebro...
Y de ese molesto y eternal desasosiego, que le era como un obstinado rumor, y de ese alma que le acuciaba el paso al andar, una vez más, reclamándole a gritos un espejo...

 
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