Get Fit - Lotti
Ahí tenemos a Lázaro y a sus
hijas adolescentes en la cocina. Desde que está divorciado, las ve cada dos fines de
semana y apenas tiene ocasión de dialogar con ellas. De manera que aprovecha la
hora de comer para introducir sus cuñas educativas. Pretende ser moral, convencido
de su obligación de transmitirles parte de su conocimiento, un estilo de vida,
los consabidos valores. Así es que, mientras sirve pollo asado con arroz (su mejor
prestación culinaria), busca un pretexto para arrancarse a propósito de los
excesos de los jóvenes; habla de la crisis, del consumo desmedido y de la falta
de responsabilidad... durante varios minutos.
—Porque la gente, hoy en día, no aprecia
nada —termina diciendo—; los jóvenes tienen de todo, y eso les deja un poso de
insatisfacción que acaba por deprimirles; no se conforman y necesitan cada vez
más y más... ¿No sería mucho mejor ganarse las cosas con el propio esfuerzo?
Si Lázaro espera una respuesta,
va dado. Mira a sus hijas comiendo, aguanta el silencio. Ellas están incómodas
ante la paternal perorata. De ser como
él quiere que sean, acabarían aisladas y asqueadas de la vida. Deprimidas, como
dice que terminan los que tienen de todo. Hay una brecha generacional que
Lázaro no acierta a salvar, por más que intente mostrarse cercano, pero vuelve
a la carga. Las chicas se miran resignadas; la mayor, le pide que no siga por
ahí:
—Nos exiges demasiado. Puede
parecer que no apreciamos las cosas; pero sólo lo parece.
—Ya, pero tendréis que hacer algo
al respecto —dice Lázaro, y se enreda en un monólogo trillado, sobre cómo
deberían ser las personas y el mundo. Vuelve a hablar de principios y valores,
y, cuando cesa, de nuevo aguarda una reacción... que no llega. Entonces respira
con un ceño de resignación; tal vez me he pasado de frenada, piensa, mientras
advierte que se le ha enfriado el plato—. No decís nada.
—Y qué quieres que digamos...
Como sea, sus hijas ya han terminado de comer.
Pasan de postres, piden permiso para irse: una posiblemente a la tele, la otra
se estirará en la cama. Gracias por la comida, papá, le dicen una y otra al salir de la cocina; estaba
muy rica. Y Lázaro, un tanto perplejo, toma una tenedorada de arroz. Está
comiendo solo, no ve más allá de sus narices. Todo va tan rápido... Piensa que,
con él, morirán muchos de los poetas, músicos y
revolucionarios que inspiraron su propia juventud. Y que sus hijas están lejos,
joder, muy lejos de todo eso. Malos
tiempos para la lírica, se recuerda con una mueca de resignación surcándole el
rostro. Sí, porque ahora es el turno de los otros, y lo debe aceptar; el turno
de los que les gustan a ellas: de quienes arrinconarán su mundo y todos los sueños
que un día albergó su mundo. En definitiva, se dice trinchando un ala del pollo, de
quienes están llamados a ser sus sepultureros.