02 septiembre, 2012

APRENDER A CALLAR

Captive - Klee

Parece tan probada la inconveniencia de hablar sin ton ni son como la de hacerlo con las tripas, máxime cuando la mera discusión termina por revolvérnoslas. Pensemos las veces en que nos han liado con polémicas maliciosas, en las que no teníamos ninguna gana de participar, y en las que, sin embargo, hemos terminado enredándonos de un modo mostrenco, para salir mal parados. Aunque sólo sea por prevenir venideras, el asunto tal vez merezca una breve reflexión en clave de mejora personal. Y entonces uno podría preguntarse: ¿sé cuándo debo hablar y cuándo callar?
Bien porque nos invaden pensamientos beligerantes, porque sentimos la absurda necesidad de demostrar que tenemos una opinión formada sobre cualquier tema o porque, sencillamente, queremos que se nos escuche, tendemos a hablar más de lo conveniente, como si lo realmente agotador fuera permanecer en silencio. Sin embargo, hablar no siempre reporta consecuencias placenteras y, en ocasiones, el saber callar se revela como una habilidad adaptativa de indudable profundidad y trascendencia, entre otros motivos porque, como decía Jerzy Lec, para hacerse oír, a veces hay que cerrar la boca.
Lo cierto es que aprender a hablar resulta insultantemente sencillo para la mayoría de los mortales, mientras que nos puede llevar lustros aprender a callar, principalmente porque existe la creencia generalizada de que, en el juego dialéctico de la discusión, sabe, vence o convence aquél que pronuncia la última palabra. Lo cual no es sino una soberana tontería: Antes bien, el hecho de callar introduce una acción inteligente que puede desorientar al contrario (a veces basta con que nos reservemos nuestro parecer) y que con frecuencia contribuye a evitar daños innecesarios para uno mismo y, en general, para los contendientes. Manejar adecuadamente los silencios no sólo va a librar de soltar más de una estupidez (a Wim Wenders siempre le llamaba la atención que alguien hablara de cosas de las que entendía) sino que, además, sirve para atajar posibles disputas, desactivando la violencia implícita en el enfrentamiento y otorgando a quien calla una íntima satisfacción, en detrimento de la que perseguía obtener quien le provoca. No sé si, como escribió el historiador Curcio, los ríos más profundos son siempre los más silenciosos, pero no encuentro argumentos para contradecirle. Como sea, para desarrollar la saludable habilidad de callar sólo se requiere una cierta inteligencia ejecutiva, al alcance de todo aquél que, estando convencido de su valor, se entrene adecuadamente.
En lo que más de cerca me toca, con los años y el necesario ejercicio, he aprendido a callar cuando considero que vencer la tentación de seguir hablando favorece mi salud o mis intereses. Por esto, garantizo personalmente los beneficios de un silencio calzado a tiempo; y si lo afirmo es porque presumo de que, al menos esto de cerrar el pico, lo hago bien... O sea, muy bien.
 
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