08 julio, 2012

VIRTUDES CARDINALES

Dentro y fuera - Iturria

No es nuevo afirmar que el liberalismo en el que vivimos se nutre de la individualidad y la indiferencia; que alienta una concepción de la libertad negativa, en virtud de la cual se permite hacer todo lo que las leyes no impidan, pero excluyendo objetivos relacionados con el civismo, la solidaridad, el compromiso humanitario. La sociedad liberal promueve valores como el éxito fácil, el enriquecimiento fácil, el reconocimiento fácil, creando un contexto en el que la libertad se ejerce sin un planteamiento al servicio de la comunidad, y liquidando el sentido de la responsabilidad individual. Por esto vivimos en un medio tremendamente atomizado, en el que cada quien persigue su interés propio o corporativo, diluyéndose la idea de que para que una sociedad funcione tiene que haber un interés común.
Decía Rousseau en El contrato social que, en una democracia, las personas han de renunciar a una parte de su voluntad individual para construir una “voluntad general”, en favor de la colectividad. Pues bien, en nuestra democracia representativa, lo que se defiende sobre todas las cosas es el beneficio particular. La ausencia de pactos ante la crisis actual, refleja esa falta de perspectiva en torno al interés común. Así, la crisis no solamente tiene que ver con la economía y la política, también con la ética (el interés común no puede ser ayudar a la Banca y olvidar a los más desprotegidos), y se están cruzando demasiadas líneas rojas en los últimos años, hasta el punto de que peligra seriamente el Estado del Bienestar. Mientras esto sucede, cabe preguntarse: ¿Podemos hacer algo, para que el mundo vaya mejor?
A finales de mayo asistí a una conferencia sobre ética de Victoria Camps, quien hizo una sugestiva reivindicación de aquellas virtudes cardinales (justicia, prudencia, fortaleza y templanza) que el cristianismo sintetizó de las aristotélicas. Habló de la justicia, que busca corregir la desigualdad distribuyendo desigualmente los bienes básicos, como el valor fundamental de la ética, porque nos remite al concepto de solidaridad, y éste al de respeto, al reconocimiento de la dignidad del otro. No en vano, respeto viene de respectare, que significa «volver a mirar».
En el sentido clásico, prudencia significa adaptar la norma general a la situación concreta, algo tan importante en muchos desempeños públicos, desde el momento en que la burocracia parece ciega cuando aplica la norma pero no ve a la persona. Como la Ley no puede ser aplicada a cada quien de la misma manera, hay un margen de discrecionalidad relacionado con la prudencia, es decir: con la búsqueda de una actuación adecuada.
Finalmente, habló de la fortaleza, que quiere decir coraje, valentía para criticar y denunciar... pero también para reconocer; y de la templanza, sinónimo de moderación y comedimiento, del saber dominarse. Pues la ética no es sólo una cuestión de raciocino. Cultivar las virtudes —decía Victoria Camps— tiene que ver con gobernar los propios sentimientos y emociones, al servicio de los valores humanos. Si la ética prescinde de estos valores, no prosperará. Y, sin una ética basada en el compromiso, la felicidad será mucho más cara de conseguir.
En un pasaje de la honrada y conmovedora película de Guédiguian, Las nieves del Kilimanjaro, Michel, un viejo y comprometido luchador, pregunta a su mujer:
—¿Si nos viéramos a nosotros mismos desde nuestra juventud, qué crees que habríamos dicho de lo que ahora, con 50 años, somos?
Y ella, Marie-Claire, le responde con una bella y decorosa clave:
—Habríamos dicho: Se les ve felices. Y para ser así de felices, no han debido hacer sufrir a nadie... y seguro que nunca han sido indiferentes a lo que les pasaba a los demás.

 
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