05 febrero, 2012

DULCE ENTROMETIDA

La música - Klimt

Levanto la vista del informe que repaso, dejo las gafas a un lado sobre la mesa, me froto los ojos y siento que te avecinas de un modo ya casi habitual, discreta y sigilosa, deslizándote como un soplo de aire entre mis argumentos cotidianos. Rasgas suavemente la mañana con una sonrisa desprovista de urgencias, y esa imagen tuya encalla en algún lugar de mi mirada y me convoca a disfrutar de la quietud del minuto en que te retengo, en que noto acariciante tu presencia, etérea como un fular de pétalos cubriéndome el alma... Dulce entrometida que desfilas ante mi paisaje de premuras con delicada elegancia y extiendes tus velos, subliminal y vaporosa, sutil como la última hoja del invierno que inadvertidamente se precipita en una orilla de mi pensamiento. Dulce entrometida, repito para mí, y te pienso en tan sólo dos palabras porque me gusta así pintarte... Registro tu estela, el olor penúltimo de tu paso al rozarme, y me aflojo enteramente al verte, disfrazada de luz para fundirte en la mañana, de aire para habitar mis pulmones, de sonata de piano para rondar el silencio que me envuelve. Dulce entrometida que desoyes los dictámenes del tiempo y te demoras a este lado del día para tomar con una mano mi nuca, entrecerrar y levemente besar mis párpados, mis labios... Noto en mis labios tu latido, un recuerdo sondable de los besos vividos que me resbala de la boca tu nombre, el nombre que letra a letra te abarca y por el que, cada vez que te llamo, obtengo el más precioso de los dones: tu mirada devuelta y tu imbatible sonrisa y, en ellas, la constancia impagable de que eres tú, tan nítida y real; después de todo, tan cierta.
 
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