22 enero, 2012

LOS ESTRATOS HORIZONTALES

Le coquelicot - Van Dongen

Oye, ¿tú has leído El túnel...? El de Sábato. ¿No? Bueno, es igual. El caso es que ahí habla de los estratos horizontales y tiene que ver con lo que te voy a contar. Esos estratos son como sociales; están formados por gente que tiene aficiones semejantes y donde no es raro que se produzcan encuentros casuales, y menos raro cuanto más minoritario sea el asunto que les junta. Pon que te va el rollo de la esgrima; bien, pues no será extraño que coincidas siempre con la misma peña, cada vez que hay un evento en la ciudad, porque la esgrima les gusta a cuatro chalados. ¿Me sigues? Vale. La cosa es que vi a una tía en el Principal, cuando estrenaron El cavernícola, ese monólogo de Becker tan bueno. Pues en la fila de delante, la mujer más bella que he visto en mi vida. Ni te imaginas. Sonríes... Pero no exagero un pelo. Fíjate que casi ni veo el teatro, de las ganas que tenía de mirarle, de tocarle el pelo, de... no sé; y eso que la obra era de troncharse de risa, pero no podía concentrarme. Así todo el tiempo, como ofuscado, ¿sabes? Total que, acaba la función y justo cuando encienden las luces, de repente ella se levanta la primera, avanza por delante de la gente de su fila... y veo que se ha dejado un fular en su asiento. ¡Joder, ésta es la mía! Lo cojo a toda prisa, voy a gritarle: “¡Eh...!” Pero ya es tarde para distinguirla entre el tropel que avanza por el pasillo hacia la calle. ¿Por qué te ríes? Va, para; no me cortes. En fin, la busqué, la reconocería entre un millón, y nada. Sin embargo, decidí que la volvería a ver, como fuera, y que aquel fular iba a ser la excusa perfecta. ¡El fular! ¡Si hasta duermo con él...! A veces lo huelo para llenarme del resto de perfume que aún guarda, me imagino oliendo su cuello... Así que, sin saber cómo, me acordé de la teoría de los estratos de Sábato y elaboré un plan. No sé de qué leches te ríes. Te hace gracia lo de los estratos, ¿eh? Pues bueno, que no te pase a ti; que, lo que es, yo no vivo. Entonces pensé que, si le gustaba el teatro y el teatro era eso, un estrato, volvería a la siguiente representación o a la siguiente... o a la siguiente. Lógico, ¿no? ¡Qué gilipollas eres!; no sé por qué te cuento esto. Para que te rías. ¿Te burlas de mí...? En fin, paso. Total que, desde que quitaron El cavernícola, me sigo acercando al Principal al comienzo de cada función. Cuando hay doble, antes de las ocho merodeo la puerta, con la esperanza de verla entrar; luego, mato el tiempo tomando una cerveza y vuelvo a las diez de la noche. Viernes, sábados y domingos. Así llevo dos meses, convencido de que daré con ella. Porque después de todo esta ciudad no es tan grande, ¿no crees? Aunque a veces me desmoralizo, de tanto rular por los alrededores del teatro en balde. Pero es que, si no, ¿qué puedo hacer? Si al menos conociese otro de sus estratos y... ¿Me quieres decir de qué coño te estás riendo, todo el tiempo? ¡Joder, qué tío insensible de las narices! Estoy enamorado, loco, y tú te partes de risa como un gilipollas. No has parado de hacerlo. ¿Y se supone que eres un colega? ¡Un colega, ja!; ahora me río yo de ti. Mira, ¿sabes...? Veo que eres incapaz de ponerte en mi lugar, que te interesa un pimiento lo que te cuento, así es que se acabó, hombre: ¡Que te den! Me piro. ¡Vete a la mierda!
 
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