04 diciembre, 2011

MIGRACIONES

La jungla - Lam

Pronto cerraremos un año en el que apenas ha llegado a nuestras costas una decena de pateras y poca más gente por tierra y aire. Ahora la noticia es que no vienen, que no es buen momento; como tampoco lo es para quienes, una vez aquí, quieren quedarse entre nosotros y se resisten, como pueden, a regresar. El caso es que, de estos últimos, se habla mucho. Se habla de la amenaza que parece representar esa diversidad calidoscópica que han generado y de lo incómoda que resulta su presencia, porque a los de aquí de-toda-la-vida ha empezado a sobrarnos tanta más identidad... cuanto más nos está faltando trabajo. Sin embargo, cuidado: que los diversos no son únicamente los extranjeros; que la diversidad está en nosotros mismos, como lo está la multiculturalidad, porque si algo somos todos es mestizos, híbridos que tenemos en común lo humano, el irrefutable hecho de serlo.
Me viene la cifra del más de millón y medio de españoles que vive allende nuestras fronteras, y el dato de que la inmensa mayoría de ellos no marcharon precisamente de vacaciones. Algo que deberíamos considerar, antes de blandir juicios de valor sobre lo que los inmigrantes son y hacen en nuestro país. ¡Nuestro país, qué tristeza me producen algunas de sus voces! Llevo años escuchando críticas superficiales, baratas, demagógicas; descubro aquí mi cansancio... Como confieso mi vergüenza por los saqueos que perpetramos durante siglos, por la amnesia que sufrimos respecto a nuestros propios emigrados, por el trato despectivo que damos a todos estos extranjeros “de tercera”. Y no me explico, por más crisis que haya, esa tendencia a dirigir diatribas contra las ayudas que reciben los más desfavorecidos, en un país en el que defraudar a Hacienda tiene la categoría de deporte nacional. Gracias a los fulleros fiscales, que son decenas de millares, los hospitales presentan notables carencias, las carreteras baches peligrosos y el sistema educativo de nuestros hijos cojea, falto de recursos, mientras sus abuelos no tienen todo el confort que se merecen ni unas ayudas más justas quienes les cuidan. Eso por poner cuatro ejemplos. Y lo que quiero resaltar, por comparación con algunas airadas críticas que se vierten sobre la gestión de la asistencia social, es que no leo comentarios airados en los foros de Internet, en las redes sociales o en los periódicos, contra los defraudadores de Hacienda, que tampoco son blanco de tertulias radiofónica alguna ni objeto de las iras en las conversaciones de la calle. Solo tímidamente algunos hablan de una reforma fiscal... Pero yo no veo que se persiga a los estafadores, pese a que su habilidad suponga el menoscabo de miles de millones de euros para el erario público, necesitado de invertir en sostener nuestra calidad de vida y, sobre todo, en mejorar la de las personas más necesitadas.
En fin, terminando con la cuestión migrante, a veces me pregunto qué será de los nuestros, cuando nuevamente se vean obligados a salir de la vieja Europa; y, llegado ese momento, también me pregunto cómo serán recibidos por los habitantes de otras tierras. Sí, porque entonces será a los nuestros a quienes les tocará marcharse, no me cabe duda. Y si lo afirmo es porque estoy convencido de que no está lejos el día en que nuestro irracional modo de producir, consumir y endeudarnos, unido al agotamiento de los recursos naturales de una buena parte del planeta, haga que generaciones venideras de europeos terminen emigrando a los inmensos lugares vírgenes de la rica e inmensa África, sí, de África: donde todo o casi todo está aún por hacer.
 
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