Lo veo en el tipo que pasea su perro por el parque, todavía de noche, y me da los buenos días; en la pareja que atisbo desde el coche, cogida de la mano, cuando aún la ciudad duerme y amanece el viernes; en el niño somnoliento que arrastra su cartera camino del colegio (casi huelo el olor del plumier que guarda); en el indigente refugiado en el pórtico de la iglesia, cuando se desentumece y ordena sus escasas pertenencias; en el compañero de trabajo que sabe dar una palmada en la espalda cada vez que intuye que alguien la necesita.
Lo veo en ese desconocido que, con un gesto amable, me ha cedido el paso al entrar; en el camarero que, como de costumbre, te prepara el café según llegas al bar; en el abuelo que todos los días echa unas migas de pan a las palomas de la plaza; en el que ha comprado un libro y hace cola para pagar a mi lado, hojeando con delicadeza sus páginas; en el amigo con quien me encontré y me trajo un recuerdo de leñas crepitando al fuego, del queso recio, las nueces y el vino compartidos en una lejana tarde de confidencias; en la anciana que me miraba dulcemente en el supermercado y me sonrió afable, sin un por qué.
Lo veo en la buena disposición de tantas personas con las que a diario me cruzo, en el ademán del que se aplica en hacer con esmero lo que le ocupa, y en el entrecerrar de ojos de quien respira hondo y disfruta del sol que, tímido y furtivo, se hace un hueco en estos días de lluvia. Y lo veo en ti, en tu modo de acompañar a los tuyos, en la paciencia infinita con la que sabes escuchar, en la reflexiva madurez que inspira tu modo de permanecer junto a quienes te requieren...
En todos y cada uno de estos gestos, lo veo. Veo algo venerable en ellos y en tantos otros que espontáneamente menudean a diario, como mil motas de polvo al trasluz. Y veo a las personas que los despliegan y, sin pretenderlo, bosquejan los días, los entraman y moldean, les dan un agradable y hermoso sentido. Entonces pienso que hay algo de amor en lo que veo... y se me antoja que todos estos gestos materializan una pequeña revolución cotidiana. Y es algo que hoy quiero compartir contigo. Contigo, desde la complicidad y el compromiso; contigo desde el agradecimiento. Contigo que, estando ahí, en un lugar que no acierto a imaginar, eres partícipe de lo que veo... cuando te asomas a estas líneas y, sin saberlo, me regalas anónima y silenciosamente tu franca lealtad, tu inconcebible presencia.
Lo veo en la buena disposición de tantas personas con las que a diario me cruzo, en el ademán del que se aplica en hacer con esmero lo que le ocupa, y en el entrecerrar de ojos de quien respira hondo y disfruta del sol que, tímido y furtivo, se hace un hueco en estos días de lluvia. Y lo veo en ti, en tu modo de acompañar a los tuyos, en la paciencia infinita con la que sabes escuchar, en la reflexiva madurez que inspira tu modo de permanecer junto a quienes te requieren...
En todos y cada uno de estos gestos, lo veo. Veo algo venerable en ellos y en tantos otros que espontáneamente menudean a diario, como mil motas de polvo al trasluz. Y veo a las personas que los despliegan y, sin pretenderlo, bosquejan los días, los entraman y moldean, les dan un agradable y hermoso sentido. Entonces pienso que hay algo de amor en lo que veo... y se me antoja que todos estos gestos materializan una pequeña revolución cotidiana. Y es algo que hoy quiero compartir contigo. Contigo, desde la complicidad y el compromiso; contigo desde el agradecimiento. Contigo que, estando ahí, en un lugar que no acierto a imaginar, eres partícipe de lo que veo... cuando te asomas a estas líneas y, sin saberlo, me regalas anónima y silenciosamente tu franca lealtad, tu inconcebible presencia.