20 julio, 2008

EL CUARTO DE JUGAR

Cuento de hadas - Klee

Recuerdo vivamente el cuarto de jugar de la casa vieja. Era nuestra habitación, la de ambos, un pequeño universo cuajado de trastos, juguetes, libros y cachivaches, con un imborrable olor a cartera de cuero y a plumier, y entre cuyas paredes fuimos niños. Estoy seguro de que tienes frescos los partidos de fútbol que, en el espacio inverosímil que dejaban las camas, disputábamos apasionadamente después de la escuela y la merienda. Más de un cristal de la ventana roto, más de una consiguiente reprimenda, más de un balón requisado por la autoridad competente en la materia... Y sin embargo nos las ideábamos para continuar jugando, ¡sin meter ruido!, aunque fuera con la cabeza de goma de alguna muñeca de Isabel, la mayor de nuestras hermanas. Otra bronca, otro escondite inventado... ¡Cuidado, que viene papá! No entiendo todavía, créeme, cómo conseguíamos trepar y ocultarnos sobre aquel alto y enorme ropero, para hacernos un silencioso ovillo, con el corazón latiendo fuerte... y prácticamente desaparecer.
—Más os vale salir de donde estéis: Os he dicho mil veces que en casa no se juega al fútbol, y menos con la cabeza...
Mientras tanto Isa se quejaba con mamá de nuestro abuso, impotente y compungida. Ahora que lo pienso, mi portería fue siempre más pequeña que la tuya y no recuerdo que protestaras. Supongo que algún privilegio me confería el hecho de ser el mayor.
Como fuera, el recuerdo del cuarto de jugar me confirma que, de algún modo, somos hijos de las paredes que cobijaron nuestra infancia. En él dormíamos, hacíamos los deberes, montábamos el Scalextric y las carreras de ciclistas, en él nos reñimos y peleamos, nos hicimos íntimos y aprendimos a ser los niños que aún nos habitan; en él, y desde él, sellamos pactos imperecederos de fraternal lealtad.
Casi veinte años después de todo aquello, demolieron la casa vieja de la plaza en que nacimos y llegamos a vivir los siete hermanos. Han pasado casi otros veinte, que definieron nuestras vidas: Yo seguí la mía en otra ciudad, tú te hiciste un tipo conocido, sin dejar nuestro pueblo. Frecuentemente pasaban meses sin que coincidiésemos. A lo mejor leía alguna declaración tuya, la entrevista que te hacían en algún periódico... o te seguía en un debate televisivo, escuchándote con admirada atención.
Ayer leía el último correo que me enviaste y, mira por dónde, son las 4:10 de la mañana de este viernes de pos-mediado julio e, insomne como un semáforo de la ciudad dormida, pensaba precisamente en que hace siglos que no te veo. Por eso me he levantado de la cama y me he llegado al estudio: para escribirte estas líneas y para moverte a sonreír, si acaso las lees, con el recuerdo del maravilloso rincón que compartimos en nuestra infancia: aquel cuarto de jugar en el que disfrutamos como lo enanos que éramos, crecimos y cultivamos gran parte de nuestros sueños, algunos hoy reales... y en el que, sobre todo, querido Txema, quedó soldado para siempre mi corazón al tuyo.

Texto incluido en el Banco de Recuerdos de la Fundación Reina Sofía (lucha contra el Alzheimer): http://www.bancoderecuerdos.es/recuerdo23190
 
ir arriba