Los amantes - Magritte.
En muchas ocasiones, me he preguntado dónde reside la diferencia entre lo que usualmente llamamos enamoramiento y amor. A partir de las ideas y vivencias —unas propias, las más ajenas— que he podido absorber con el tiempo, concibo el enamoramiento como una experiencia explosiva de renacimiento y creatividad. La persona enamorada vive a alguien como único y excluyente, desde un estado similar al de la fascinación. Le gusta todo del otro: no percibe defectos, los errores son comprendidos, los disgustos, las pequeñas pérdidas de energía, los primeros sinsabores, incluso los celos, son finalmente aceptados y perdonados. Todo es vivido y consentido intensamente, con la excitación desbordada de quien sólo ve a través de los ojos de quien le enamora... Y la fuerza de semejante emoción engancha y arrastra durante un tiempo, hasta que el mutuo roce (erosión), las rutinas cotidianas (costumbre) y, principalmente, el mutuo conocimiento, imponen sus límites.
Sobre el roce y la rutina, dada su gran visibilidad, quizá no merezca la pena extenderse. Sin embargo, creo oportuno hacerlo en lo que concierne al hecho de conocerse. Tengo para mí que en la experiencia de cada quien está escrito que el conocimiento del otro se cobra su peaje, con una cuota importante de sufrimiento. Al conocernos, participamos en un proceso que en la mayoría de los casos resulta doloroso. De hecho, desnudarse de cuerpo y alma ante quien se ama, supone asumir de un modo descarnado la propia condición de ser vulnerable. Así, la persona amada va a frecuentar no sólo la hondura y la riqueza de nuestra entrega: también accederá al conocimiento de nuestros defectos, miserias y contradicciones; al de nuestra humana fragilidad, ahora al descubierto. A partir de entonces, algo puede comenzar a cambiar: es probable que nos mostremos más inconsistentes, que surjan los errores y las faltas, asomen los desengaños y las diferencias hasta el momento inadvertidas. Aparecerá la decepción, con su inherente crudeza. El río de la fascinación se ve encauzado por los límites de la realidad...
Con todo, nada más lejos de mi intención que restar importancia a lo que el enamoramiento significa: Con cargo a él, todos guardamos entrañables motivos para sentirnos vivos. Y, en este contexto, soñar es fundamental. Cuando escribí en mi prontuario que soy un poco lo que soy y otro poco lo que persigo, precisamente pensaba en ello.
Personalmente, estoy convencido de que al superar la decepción (a cuyos estragos, evidentemente, no todo el mundo sobrevive) se accede a un estado distinto al del enamoramiento; y que, únicamente cuando se comprende su naturaleza real, se encuentra el camino hacia un amor menos urgente y apasionado, tal vez, pero más profundo y duradero. La mayor parte de las experiencias amorosas están jalonadas por situaciones en las que uno renace de la desilusión, para volverse a enamorar. Esto a pesar de haber atravesado paisajes grises, en los que los amantes han descuidado escucharse, mirarse a los ojos y quererse con la ternura que se merecen.
Pienso, finalmente, que exclusivamente la pasión (con lo bella y excitante que pueda ser), no es suficiente para mantener una relación amante sana y madura. Supongo que la vida amorosa, en la que incluyo absolutamente todo, lo bueno y lo menos bueno, se mantiene con el cariño, el respeto, la complicidad, ciertos intereses vitales en común y una parecida manera de enfocar y comprender la existencia. Decía Alberoni algo así como que el ser humano es libre y que, cuando es esclavo (de la pasión), desaparece el amor. Y, aunque ésta no pueda ser una verdad universal, tal vez no le faltara una pizca de razón.
Sobre el roce y la rutina, dada su gran visibilidad, quizá no merezca la pena extenderse. Sin embargo, creo oportuno hacerlo en lo que concierne al hecho de conocerse. Tengo para mí que en la experiencia de cada quien está escrito que el conocimiento del otro se cobra su peaje, con una cuota importante de sufrimiento. Al conocernos, participamos en un proceso que en la mayoría de los casos resulta doloroso. De hecho, desnudarse de cuerpo y alma ante quien se ama, supone asumir de un modo descarnado la propia condición de ser vulnerable. Así, la persona amada va a frecuentar no sólo la hondura y la riqueza de nuestra entrega: también accederá al conocimiento de nuestros defectos, miserias y contradicciones; al de nuestra humana fragilidad, ahora al descubierto. A partir de entonces, algo puede comenzar a cambiar: es probable que nos mostremos más inconsistentes, que surjan los errores y las faltas, asomen los desengaños y las diferencias hasta el momento inadvertidas. Aparecerá la decepción, con su inherente crudeza. El río de la fascinación se ve encauzado por los límites de la realidad...
Con todo, nada más lejos de mi intención que restar importancia a lo que el enamoramiento significa: Con cargo a él, todos guardamos entrañables motivos para sentirnos vivos. Y, en este contexto, soñar es fundamental. Cuando escribí en mi prontuario que soy un poco lo que soy y otro poco lo que persigo, precisamente pensaba en ello.
Personalmente, estoy convencido de que al superar la decepción (a cuyos estragos, evidentemente, no todo el mundo sobrevive) se accede a un estado distinto al del enamoramiento; y que, únicamente cuando se comprende su naturaleza real, se encuentra el camino hacia un amor menos urgente y apasionado, tal vez, pero más profundo y duradero. La mayor parte de las experiencias amorosas están jalonadas por situaciones en las que uno renace de la desilusión, para volverse a enamorar. Esto a pesar de haber atravesado paisajes grises, en los que los amantes han descuidado escucharse, mirarse a los ojos y quererse con la ternura que se merecen.
Pienso, finalmente, que exclusivamente la pasión (con lo bella y excitante que pueda ser), no es suficiente para mantener una relación amante sana y madura. Supongo que la vida amorosa, en la que incluyo absolutamente todo, lo bueno y lo menos bueno, se mantiene con el cariño, el respeto, la complicidad, ciertos intereses vitales en común y una parecida manera de enfocar y comprender la existencia. Decía Alberoni algo así como que el ser humano es libre y que, cuando es esclavo (de la pasión), desaparece el amor. Y, aunque ésta no pueda ser una verdad universal, tal vez no le faltara una pizca de razón.